El
voluntario es una persona que se une libre y desinteresadamente a un grupo para
trabajar con fines benéficos o altruistas.
Alejandro
es un joven de 27 años, natural de Benalup-Casas Viejas, monitor de
transporte escolar y voluntario en UPACE (Unión de Parálisis Cerebral) en San
Fernando y voluntario en nuestra asociación local Asabedi.
Nos
confiesa que su andadura como voluntario, en la cual lleva tres años, fue dada
por una amiga que le comunicó que uno de
los usuarios de Asabedi iba a asistir a Upace, y necesitaban a un monitor de
transporte que lo acompañase. Este fue su primer contacto con un centro
especial y con la discapacidad, ya que no tenía antecedentes de familiares ni
de amigos. Fue por empatía, por simple curiosidad y por la necesidad de saber
cómo aprenden y cómo funcionan estas personas, cómo piensan y cuál es la
percepción de la vida que tienen.
Comenzó
acompañando a este usuario y se quedó como voluntario en el centro de lunes a
viernes.
Al
principio fue complicado porque veía a muchos niños con problemas, empatizaba
mucho con ellos y no sabía separar el trabajo de su vida personal.
Su
trabajo consistía en atender las necesidades de este usuario, pero pasó a hacer
sustituciones, a acompañar a los niños en sus diversas actividades (ir a la
piscina, a las sesiones de fisioterapia, a las sesiones de logopedia, en el
comedor ayudando a los niños más
dependientes...) y echar una mano allí donde lo necesitaban.
Un
día normal en su trabajo comienza acompañando a este usuario en taxi al centro,
donde se imparten clases y en algunas reclaman de su colaboración y ayuda con
la realización de las actividades de los niños (realización de fichas,
actividades con el ordenador, colabora con el fisioterapeuta en los ejercicios
ayudando a los niños, cogerlos de sus sillas, colocarlos, subirlos a la bici
estática, con el logopeda en la realización de grabaciones... ) y por último y
para cerrar el día, ayuda en el comedor a darles de comer a los niños más
dependientes, limpiarlos cuando se ensucian y en la realización de las tareas
de aseo personal (cepillarse los dientes y peinarles).
Tanto
le gusta, le llena y le envuelve este ambiente que muchas veces se cuestiona el
por qué estudió salud ambiental y no se dedicó a la docencia o a la educación
especial.
Ha
pasado por casi todas las edades y ha prestado su ayuda en todos los ciclos. En
este centro los niveles educativos se dividen en Infantil, Ciclo 1, Ciclo 2, Ciclo 3, y Transición a la vida adulta. El
currículo que se sigue es el de infantil: capacidades y conceptos básicos, actividades
y conceptos que le ayuden a afrontar la vida diaria, comunicación y
expresión... ya que los alumnos presentan un desfase cognitivo debido a la
discapacidad que presentan.
Alejandro
también nos cuenta que el centro dispone de muchos recursos: piscina, gimnasio,
sala de informática (los niños trabajan mucho con los ordenadores), sala de
estimulación sensorial, etc. y dispone de profesionales como fisioterapeutas,
logopedas, psicólogos, cuidadores, monitores,… pero eso sí, se escasea de
voluntarios. Y es que estamos hablando de la ayuda desinteresada, no remunerada
y un tiempo personal dedicado a esta causa.
Esto
es muy difícil darlo a día de hoy, donde todo está marcado por el tiempo y el
dinero. Se dispone poco de estas dos cosas y es muy complicado encontrar a
personas que den sin esperar nada a cambio, que cambien ambos factores por
sentimientos de satisfacción y orgullo personal que les llene y les haga
absolutamente felices.
A los
voluntarios no se les valora lo suficiente, aunque Alejandro
nos cuenta que hay madres que se
lo agradecen profundamente, y los niños con sus sonrisas y sus gestos también
se lo dicen día a día. Ese es el mejor pago y regalo que le pueden dar. No puede
estar mejor en este ambiente, y confiesa que si tuviera que dejarlo le pesaría
mucho.
Esas
madres y familias que conviven con ellos y realmente los conocen y saben lo que
es su día a día, tienen en cuenta la ayuda que les prestan a sus hijos y el
respiro que les aporta a ellos.
Estos
niños se enfadan y se frustran mucho, e incluso tienen problemas de
comportamiento que no saben gestionar. El voluntario o el monitor es con quien
se paga la rabieta del día, el desplante o el desaire, y estos con su mejor
cara y haciendo uso de su gran paciencia, tranquilizan y dan solución al
problema de la mejor forma posible.
Como
anteriormente he referido, Alejandro acompaña a los niños en las actividades
del centro tanto internas como externas. Cuando salen del centro con los niños
nota esas miradas de compasión y pena de los demás, e incluso murmullos y
comentarios que a él tanto le molestan y fastidian porque son personas, parte
de la sociedad, que tienen mucho que aportar y son capaces de muchas cosas que
no somos capaces ni de imaginar. Sólo las personas que se paran a conocerlos y
los tratan con naturalidad se dan cuenta de eso.
Los
usuarios con los que Alejandro se ha encontrado en el camino suelen ser casos
variados, pero cada uno es único, tienen su propia personalidad y sus
características. De edades variadas, algunos dependientes, otros menos
dependientes y muchos se pueden valer por sí mismos; se ayudan y se tienen
mucho cariño, llegan a ser una gran familia. Lo mismo se quieren que se están
pegando, problemáticas entre ellos que
se resuelven siempre con un final feliz.
Los
voluntarios suelen coger un cariño inmenso a los usuarios, y ellos responden
como mejor pueden, interactúan con ellos o simplemente con una leve sonrisa.
Y es
que pienso que en nuestra sociedad falta o existe un bajo nivel de empatía,
conciencia y tolerancia hacia este colectivo. Ellos también son personas, tienen
necesidades y derechos. Están, aunque muchas veces no los veamos. Afortunadamente
la situación va a mejor, aunque aún hay mucho trabajo por hacer.
Desirée Flor.
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