María
de Villota Comba nació en Madrid el 13 de Enero de 1980. Fue la segunda de los
tres hijos de Emilio Villota, uno de los primero pilotos españoles de Fórmula
1.
Influida
por el ambiente que se respiraba en su casa, a María le sedujo la velocidad
desde que era muy pequeña, y pese a la aposicion de sus padres, empezó en el
mundo del motor en 1996, a sus 16 años.
Compaginó
sus estudios en EEUU para mejorar su nivel de inglés y se matriculó en
Empresariales, carrera que dejaría para licenciarse en Ciencias de la Actividad
Física y Deporte, estudios que le parecían más idóneos para tener más fuerza
física, el único obstáculo real que veía en su camino hacia su sueño: ser
piloto de Fórmula 1.
Con
el paso de los años fue abriéndose camino como profesional del motor,
consiguiendo numerosas marcas e importantes premios a nivel nacional e
internacional. Y es que en un mundo tan masculino como el del automovilismo
María estaba obsesionada con que se la valorara por sus méritos, que eran
muchos.
Sin
embargo, las cosas se torcieron completamente el lluvioso 3 de julio de 2012,
cuando la joven piloto hacía unas pruebas de aerodinámica en el aeródromo
inglés de Duxford, al impactar su coche, a 65km./h., contra la rampa de un camión
de material que estaba a pie de pista. Se debió a un fallo humano, el coche
quedó bloqueado y no respondió a las
maniobras que ella hizo para el evitar el choque. Una colisión brutal a la
altura de la cabeza que casi le costó la vida. Tras una intervención de 17
horas, le recompusieron el cráneo partido, sin poder evitar que perdiera su ojo
derecho.
Su
entrenador personal con el que había iniciado una relación sentimental algunos
meses antes, no se separó de su lado en su larga espera y difícil recuperación,
llegando a contraer matrimonio.
En
octubre de 2012, María de Villota reapareció públicamente. Sonriente, cálida y
con una empatía que siempre la caracterizó. Ante la pérdida de su ojo derecho
usaba parches, los cuales combinaba con la ropa que vestía; y su enorme sonrisa
la convirtieron en un referente de coraje, fuerza y superación. María, tras el
accidente perdió el olfato, sufría pesadillas, fuertes dolores de cabeza y
otras secuelas físicas, aunque las cicatrices dejaron de importarle cuando su
padre le hizo ver que eran el recordatorio de lo logrado; fue entonces cuando
dejó de sentir pena por sí misma, elevando sus cicatrices a la categoría de
medallas de honor.
María
estaba convencida de que la pérdida de su ojo había sido por algo, porque le
esperaban otras cosas en la vida además de los coches, algo más importante,
asegurando sentirse mejor persona y “ver mucho más allá” desde la pérdida
ocular derecha.
A
partir del trágico accidente mostró una extraordinaria capacidad para
reinventarse. Desde entonces, la solidaridad sería su razón de vivir, llegando
a ser la “Fundación Ana Carolina Díez Mahou” el centro de su vida, ayudando a
niños afectados por enfermedades neuromusculares genéticas.
A
consecuencia de las lesiones neurológicas del accidente, María falleció de
forma natural mientras dormía el 11 de octubre de 2013 en Sevilla, horas
previas a su participación en un Congreso, saliendo a la luz su proyecto
autobiográfico tres días después “La vida es un regalo”.
La
Fundación en colaboración con la familia, deciden continuar su labor
difundiendo sus valores y obras solidarias, con el recuerdo de su eterna sonrisa,
fundando “El Legado de María de Villota”. Una iniciativa que nace en 2014 para
difundir los valores de la piloto, y continuar su labor solidaria junto a las
personas enfermas y colectivos más necesitados.
Superación
en la dificultad, disciplina en su preparación, perseverancia en sus objetivos,
optimismo como actitud, espíritu de equipo y sacrificio, empatía con las
personas que le rodean, fueron sus valores y señas de identidad.
Personalmente, recomiendo leer “La
vida es un regalo…” la he leído tres veces y seguiré siendo repetitiva por
cosas que expone como éstas, María, la de la brillante sonrisa, y su parche a
juego con su ropa, en su libro:
“Aún no he podido cerrar un capítulo
de mi vida, empezar de cero, olvidarme de los que mi mano no cogieron, Pero con
lo que no puedo, me supera y entristece tanto… es con los niños como Rubén,
niños que viven una vida tan injusta que me hacen sentir rabia por vivir aquí,
en este mundo. Pero luego, cuando lo pienso, me doy cuenta de que aún tengo
mucho que darles. Mucho que transmitirles. He tenido la suerte de vivir otra
vez, de tener una segunda oportunidad. Y sé que mi sonrisa es lo mejor de mí
que ellos se pueden llevar. Transmitirles, como siento, que he sido muy
afortunada de estar aquí, de vivirles, aunque solo hubiera sido un ratito, porque
la vida, a pesar de todo… LA VIDA ES UN REGALO”.
Mª Oliva Alfaro Tello